E-mail

Foto por Tonny Huang

Tessa exhaló lentamente mientras se quitaba los lentes. Se frotó los ojos con los dedos índice y pulgar hasta llegar a los lagrimales, y ejerció una ligera presión sobre ellos mientras inhalaba profundamente. Acababa de ver la hora en su computadora personal, y marcaba ya las 9:25 de la noche. Había sido un largo día y apenas lograba terminar los últimos pendientes que su jefa había puesto en su agenda. 

Había aceptado un puesto como asistente administrativa para una empresa relativamente nueva de marketing. Se había dicho a sí misma que era algo temporal, mientras encontraba algo más relacionado con su carrera en comercio y relaciones internacionales. Eso había sido dos años atrás. Ahora, después de un golpe de suerte, la empresa para la que trabajaba había logrado conseguir un par de clientes en las ligas mayores, y, con una flotilla de apenas 12 trabajadores, las horas extras mal remuneradas eran algo que se había vuelto común en los últimos meses, más común de lo que a ella le gustaría admitir.

Dirigió la mirada hacia su celular y vio nuevamente la invitación de Ana para salir aquella noche. El mensaje era de más de dos horas atrás, y lo que había parecido una gran idea en un principio ahora parecía ser un plan para una versión de ella con unos 10 años menos. Resopló mientras bloqueaba de nueva cuenta su celular y, posteriormente, dirigió el cursor de la computadora hacia el botón de apagado. Fue en ese momento cuando una ventana emergente saltó por encima del reloj en la pantalla, mostrando un nuevo correo. Estaba a punto de ignorarlo y presionar el botón de apagado cuando vio el emisor de aquel mensaje.

Permaneció atónita, viendo hacia la pantalla, aún después de que aquella ventana hubiera desaparecido. Pensaba en si debería abrir aquel mensaje, y un escalofrío le recorrió la espalda al recordar la dirección de correo electrónico que aparecía como remitente. Era una que no había visto en muchos años, una que no pensó que volvería a ver. Por un momento, pensó que aquello podría ser una broma, aunque, de ser así, sería una de muy mal gusto. Pero ¿quién podría estar detrás de ello?

Le tomó un par de minutos más para finalmente decidirse, o más bien reunir el valor suficiente como para hacer “clic” en el icono de su correo personal. Al cargar, el mensaje se encontraba amenazantemente en el tope de su bandeja de entrada. Tragó saliva antes de hacer una vez más “clic” sobre el mensaje, y al empezar a leerlo, sintió cómo su cabeza liberaba recuerdos de muchos años atrás, en los que trataba de no pensar. Sintió un sabor amargo en la boca y como el estómago se le revolvía. Llevó una mano temblorosa a su boca y sintió sus dedos fríos al hacer contacto con sus labios.

De: vic729@m1dnightmail.com

Para: tess483@m1dnightmail.com

Asunto: <Sin Asunto>

Hola Tess, no sé si algún día recibas esto. Desearía poder contarte todo esto en persona, ver tu cara y reírnos de lo irreal que esto suena… empecé escribiendo un par de mensajes de texto, pero por si eso llegara a fallar, intentaré con un correo electrónico. De todas formas, ya no tengo nada que perder.

¿Recuerdas la entrevista que tenía en aquellas oficinas donde trabajaba Max? Dijiste que usara mi mejor traje, que llegara temprano, que diera mi mejor cara, que los impresionara y que obtendría el trabajo. Creo que lo hubiera logrado, si tan solo hubiese llegado.

Estaba listo, salí de casa a tiempo y abordé el metro en la estación que queda cerca de la cafetería a la que vamos de vez en cuando. Era una mañana tranquila de miércoles, los estudiantes estaban de vacaciones y la ciudad estaba extrañamente deshabitada. Parecía un domingo o un día festivo. Había muy pocas personas en la estación, pero como de costumbre, me fui hasta el último vagón. Supuse que estarían más vacíos y tenía que repasar lo que diría en la entrevista. Quizá aquel fue el mayor error que he cometido.

Todo parecía ir normal, tenía tiempo de sobra, iba practicando mi presentación y, a pesar de las marcas de sudor que estoy seguro tenía en la camisa, me sentía confiado. Habíamos pasado un par de estaciones cuando, de repente, el metro se detuvo en medio del túnel. Miré mi reloj y me sentí un poco impaciente, deseando que no permaneciera detenido por mucho tiempo. Las luces se apagaron en todos los vagones y fuera, en el túnel, también. La oscuridad fue total hasta que otro tren pasó al lado del nuestro, con las luces encendidas. Se detuvo un momento cerca de nosotros antes de continuar, y al pasar, me pareció ver que iba vacío.

Los demás también se empezaron a impacientar, sacaban sus celulares y empezaron a hablar. Se quejaban del transporte público y de lo frecuente que llegaban tarde a su destino por culpa del servicio, mientras unos niños empezaron a asustar a un tercero que parecía tener miedo de la oscuridad. No estoy seguro de cuánto tiempo pasó, hasta que escuchamos un ruido mecánico extraño y comenzamos a movernos nuevamente. Poco después, las luces se encendieron dentro del vagón y la gente recobró ligeramente los ánimos una vez más. Miré una vez más mi reloj y pensé que, quizá, si corría aún podría llegar a tiempo.

Pasaron unos momentos hasta que alguien se dio cuenta de que afuera, en el túnel, todo seguía completamente oscuro, y aún más tiempo en darse cuenta de que el túnel simplemente parecía no terminar, como si la siguiente estación estuviera más lejos de lo normal, mucho, mucho más lejos.

Cuando por fin recibimos luz del exterior al llegar a la estación, todos sintieron un ligero alivio. El tren se detuvo, pero las puertas no se abrieron. Unos momentos después, se escuchó de nuevo ese ruido mecánico y el sonido del tren al moverse. Pero nosotros no lo hicimos.

Pasaron unos momentos y las puertas se abrieron. Todos salimos del vagón en el que viajábamos y nos dimos cuenta de que algo iba mal, muy mal.

La estación estaba completamente vacía y parecía algo antigua, como de varias décadas atrás. No había nadie ni señalamiento alguno cerca. El tren en el que íbamos había sido reducido a solo tres vagones. La gente de los otros vagones salió, y todos nos miramos, confundidos. Éramos alrededor de unas quince personas, y los que iban en el primer vagón dijeron que, cuando todo quedó a oscuras, se escuchaban sonidos extraños, como si hubiera gente fuera del tren, pero nadie pudo ver nada.

Vi mi reloj, seguía creyendo que lo más importante era llegar a la entrevista. Decidí que lo mejor era tomar un taxi. No fui el único que pensó en salir de allí. Todos comenzamos a caminar hacia la salida y, a mitad del camino, algo llamó mi atención.

Estaba en una de las paredes. De reojo, pensé que era una especie de anuncio, pero no era así. En la esquina superior derecha mostraba parte de las líneas en la ciudad, pero había un gran espacio completamente negro y, en el centro, un único punto, como una estación separada de todas las demás. Únicamente decía “Final de la línea”. Sentí escalofríos en todo el cuerpo, no sabía qué demonios era lo que aquello significaba, y tampoco me quería quedar a averiguarlo. Me di cuenta de que un par de personas se habían quedado atrás observando el mapa junto conmigo. Di un paso hacia atrás y empecé a caminar para alcanzar al resto, cuando escuché gritos a mis espaldas.

“¡NO! ¡No caminen hacia allá! ¡Deténganse!”

Un sujeto corría hacia nosotros agitando los brazos en el aire. Parecía salir de los vagones, pero no era alguien que hubiera visto antes. Aunque no podía recordar a todos los que íbamos en el tren, me parecía imposible que olvidara a alguien como él. Llevaba un traje sucio y rasgado, que había sido color gris claro en otro tiempo, y una camisa blanca medio abotonada. Se veía de unos cuarenta y tantos, quizá cincuenta, llevaba la barba de varios días, estaba descalzo y gritaba una y otra vez que nos detuviéramos.

“¡No hay salida! ¡Deténganse!”

Aquellas palabras hicieron que me detuviera de golpe, junto con algunos otros que estaban cerca. Vimos a aquel tipo acercarse un poco más y detenerse, mientras continuaba gritando lo mismo una y otra vez. No sabía qué hacer, Sentí mi corazón agitarse, sin razón aparente. En ese momento, los gritos sonaron por toda la estación.

Algunas de las personas que caminaban hacia la salida, parecían dar media vuelta y empezaban a correr en mi dirección, gritaban cosas que no entendía, algunos corrían a tropezones y un par cayeron al suelo sin que nadie se detuviera a ayudarlos. Yo me quede ahí por unos segundos, sin poder moverme, atónito ante aquello que parecía estarlos persiguiendo.

Tess, no sé en dónde estoy ni qué mierda es lo que hay aquí. No creo que nadie haya visto algo similar antes. Son unas criaturas gigantes, parecidas a insectos. Diría que miden unos 4 metros de altura, de un color grisáceo, y su cuerpo parece una amalgama entre un escarabajo descomunal y algo aún más antiguo y aterrador. Tienen una postura encorvada, con seis patas gruesas y enormes que asimilan a las de una cucaracha, articuladas en ángulos extraños, y que salen de un cuerpo enorme y alargado, protegido por un caparazón grande y cóncavo. Al frente tiene dos patas más, pero estas son un tanto más largas y no las utiliza para caminar; son como brazos, con garras afiladas, y están también cubiertas por una especie de coraza. Tiene tres pares de extremidades largas y delgadas que salen de en medio su cara, similares a antenas, pero más gruesas y robustas, las cuales mueve como tentáculos, captando cambios a su alrededor. Su cabeza está ligeramente inclinada hacia abajo, con cuatro ojos, un par más chico que el otro, y una especie de boca vertical de la que salen dientes y colmillos gruesos y filosos.

“¡Por aquí!¡Rápido!”

Aquellas palabras me sacaron del trance en el que estaba. Di media vuelta y corrí, corrí tan rápido como pude, hasta que el aire me faltó y el corazón me latía a mil por hora. Seguí a aquel sujeto hasta las vías del subterráneo, lo vi saltar y continuar corriendo, y sin pensarlo dos veces, hice lo mismo. No sé por cuánto tiempo estuvimos corriendo, los túneles aquí abajo son enormes, se extienden por kilómetros en una especie de oscuro laberinto. Ya no sé en qué punto de la ciudad me encuentro, o si aún estamos en la ciudad.

Quedamos seis personas de las que veníamos en aquellos vagones, además de Roger. Él dice que lleva aquí, según sus cálculos, poco más de un mes, pero yo creo que ha sido más. Aquí abajo hay ratas y algo de agua que se filtra de algunas paredes. Nos movemos por los túneles mientras esas criaturas nos cazan; parecen seguir el ruido y creemos que, tal vez, también nuestro olor.

Roger dice que nuevos vagones llegan cada par de semanas y cree que esa es nuestra única forma de salir de aquí, pues los túneles no tienen fin. Llevo aquí un par de días, la batería de mi celular se está agotando y no tengo idea si este correo algún día llegará hasta ti. No sé cuánto más nos tomará volver a la superficie, o si algún día lo lograremos, pero sé que puedo confiar en que creerás mi historia. Por favor, diles a mis padres que lo siento y que volveré en cuanto me sea posible.

Tess permaneció inmóvil, mirando el punto final de esa última oración durante unos segundos. Las manos le temblaban, y no fue hasta que se dio cuenta de las lágrimas recorriéndole las mejillas que pudo reaccionar. Habían pasado casi cinco años desde la última vez que había hablado con Vic, desde aquel último mensaje deseándole suerte en su entrevista. Era su mejor amigo; habían ido a la escuela juntos y fueron inseparables durante muchos años. A pesar del paso de los años, mantenían un contacto constante y sabían todo acerca del otro. Nunca habían tenido secretos, y un día, de pronto, desapareció.

Pasó dos años buscándolo por todos los medios posibles. Se preguntó si quizá se había marchado sin decirle nada, a otra ciudad, a otro país, y había comenzado una nueva vida; si sería feliz dondequiera que estuviera. Durante mucho tiempo eligió pensar que así era, que quizá no le había dicho nada para no hacerle daño, que cualquiera que hubiera sido el motivo por el que había tomado semejante decisión era completamente válido, y que algún día, quizá, volvería a saber de él. Ahora tenía algunas respuestas a medias de lo que había sucedido. No estaba segura de cómo había recibido aquel correo, si lo que decía era cierto y de si la persona que había escrito eso era Víctor, pero sonaba como él.

Limpió las lágrimas de su rostro, tomó su celular, se puso de pie y caminó hacia el pequeño balcón que tenía su apartamento. Encendió un cigarrillo y, mientras lo hacía, notó un ligero temblor en la mano. Le dio una calada al cigarrillo “para calmar los nervios” y comenzó a buscar en sus contactos hasta llegar al de Vic.

Por un momento, vaciló antes de presionar la opción de llamar y poner el teléfono en altavoz. Pasó un momento antes de que escuchara la grabación de “Número fuera de servicio”. Marcó de nuevo, solo para estar segura. Esta vez notó que sostenía el celular con más fuerza, como si apretarlo pudiera cambiar el resultado, no fue así.

Guardó su celular en la bolsa del pantalón y exhaló profundamente, dejando salir todo el humo del cigarrillo. Apoyó ambas manos en el barandal del balcón y se quedó por un instante viendo hacia la ciudad, la gente y los automóviles que pasaban. Cerró un momento los ojos y permaneció ahí en silencio, escuchando el bullicio de la ciudad.

“Sé que puedo confiar en que creerás mi historia.” Escuchó las palabras en la voz de Vic. Volvió a abrir los ojos y esta vez su mirada era un poco más decidida. Su cabeza estaba llena de preguntas y no estaba completamente segura de cuál debía ser su siguiente paso. Volvió a su escritorio, dio un par de clics y comenzó a teclear. Esta vez no lo dejaría de buscar.

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