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Eran las 2:43 de la mañana cuando Ozias manejaba su sedán 2015 por una de las avenidas principales de la ciudad. Había sido una noche tranquila y mientras más avanzaban las manecillas en su reloj, más evidente se hacía que la madrugada de aquel miércoles sería aún más tediosa.

Pensaba en regresar a casa, besar a su hijo de 8 meses en la frente y abrazar a su esposa antes de dormir, cuando su teléfono sonó. Lo tenía en una base cerca del volante y de reojo pudo ver la notificación al encenderse la pantalla anunciando una nueva solicitud, era una de esas aplicaciones relativamente nuevas, por lo menos para él, en las que un usuario podía solicitar sus servicios como chófer. De alguna forma le resultaba gracioso el haber pasado de trabajar para uno de los principales periódicos de la ciudad a ser un taxista, sin ni siquiera realmente ser uno.

Vio la hora marcada en la pantalla del teléfono y la foto del usuario que había realizado el pedido, o más bien la ausencia de esta, llamó su atención.  Se trataba simplemente de una imagen con fondo blanco con la figura de un círculo en el centro, que había sido remarcado varias veces por encima del mismo.

-Lo siento extraño, pero mi turno ya terminó-

Dijo aquellas palabras mientras intentaba sacar una cajetilla de cigarros de la guantera, cuando por fin logró hacerse de ella, no pudo evitar maldecir al notar que únicamente le quedaba uno. Llevaba ya un tiempo intentando dejar de fumar “no es bueno para el niño” le insistía su esposa una y otra vez, él simplemente se intentaba justificar diciendo que la cajetilla en turno le había durado más que la anterior, nunca era así. Aprovechó la luz roja de un semáforo para buscar su encendedor y encender el cigarrillo, al dar la primera calada su celular sonó nuevamente.

Dirigió la mirada a la pantalla y la misma imagen de usuario apareció en la solicitud, esta vez consideró aceptar, y sin embargo, antes de poder acercar su mano al celular, este quedó nuevamente en silencio.

-Supongo era el destino- dijo mientras volvía a poner el automóvil en marcha.

Pensó en detener la aplicación o inclusive en apagar el teléfono para por fin dar el día por terminado, lo cual era curioso, ya que apenas empezaba para mucha gente, aquella idea le hizo reír para sus adentros por un momento. Sin embargo, aquel no había sido un día muy productivo, así que decidió darle una última oportunidad.

Llegó a un nuevo semáforo en rojo y observó la pantalla de su teléfono mientras llevaba nuevamente humo a sus pulmones. “Si el universo, no, si los dioses de las aplicaciones de transporte lo quieren, voy a hacer un último servicio” pensó. Veía la pantalla como si esperara una llamada sumamente importante sobre algún trabajo, el estatus de un familiar en el hospital o la confirmación de que había ganado la lotería, nada.

Exhaló el humo que había llevado a sus pulmones y arrojó poco menos de medio cigarrillo por la ventana, estaba a punto de darse por vencido cuando el semáforo cambió a verde y fue justo en ese instante que su celular sonó una vez más.

Volvió la mirada a la pantalla del celular y nuevamente estaba ahí, el círculo remarcado con el fondo en blanco. Esta vez no lo pensó dos veces y rápidamente seleccionó la opción para aceptar la solicitud. Ya no sabía si era más su curiosidad por aquel pedido o el hecho de que llevarlo a cabo le generaría ganancias.

Siguió el mapa unas 13 cuadras hacia el este de donde se encontraba y después de unos 9 minutos llegó al punto de encuentro. Se estacionó en la esquina sin apagar el motor, con el pie en el acelerador y con la mano posada sobre la palanca de cambios. “Después de todo, en esta ciudad nunca se sabe”.

Cruzando la calle un hombre levantó la mano como gesto de reconocimiento y procedió a acercarse al automóvil. Era un sujeto alto, de complexión delgada, vestía completamente de negro y llevaba una pesada gabardina de cuero, además de llevar puestos lentes de sol, pese a que aún faltaban por lo menos unas 3 horas para el amanecer.

Al notar que en su mano llevaba una botella de cerveza, pensó por un momento en poner en marcha nuevamente el auto, pero después de analizar rápidamente la situación, se dijo a sí mismo que ese era precisamente el tipo de persona que pide un servicio de taxi, no, transporte, a las 3:00 de la mañana y se sintió un poco ridículo a causa de su paranoia.

-Buenos días- dijo el hombre al acercarse al auto, dejó la botella que llevaba consigo en el piso y se retiró los lentes antes de abordar el vehículo.

-Buenos días- contestó mientras veía el nombre de usuario y el destino que marcaba la aplicación, "Ezequiel Black", aquel nombre era o muy irónico o probablemente falso, pensó, sin embargo al ver que el viaje era hacia el norte, hasta el otro extremo de la ciudad, el nombre le pareció irrelevante y se puso en marcha.

-Hey, ¿te importa si fumo?-

-Para nada- hizo una seña con la mano para indicar aceptación.

El hombre sacó de su gabardina una cajetilla y Ozias resopló al ver que era justamente la misma marca que fumaba, o que por lo menos, intentaba dejar de fumar sin éxito.

-¿Fumas?-

-No debería, intento dejarlo-

-Bien por ti, una vez lo intente. Me duro 3 días el gusto antes de mandar la idea al diablo, es chistoso, ¿No?- Hizo la pregunta mientras encendía el cigarrillo y le daba la primera calada -Lo que nos mata nos produce más placer, como un juego enfermizo en el que decidimos participar, a veces sin ni siquiera pensarlo.-

Hubo una breve pausa antes de que Ozias respondiera.

-Supongo que cada quien tiene sus razones.-

El hombre sentado en el lugar del copiloto sonrió levemente y lo miró por un segundo.

-Y, ¿Cuál es la tuya?-

-Era, lo intento dejar...- Mintió mientras daba la vuelta en una curva, un par de segundos después añadió - Estrés-

Aceleró un poco el coche y alcanzaron a pasar un semáforo justo antes de cambiar a rojo.

-Solía ser reportero, sabes, antes de todo esto me refiero- Movió la mano en círculos apuntando con el dedo todo el auto. -Entrevistas, tiempos de entrega, ir de un lado a otro en búsqueda de noticias. En algún punto comencé a fumar, después de todo, todos lo hacían, ni siquiera recuerdo cuándo fue que se volvió algo habitual.-

-Y, ¿Qué sucedió? con lo de reportero, me refiero.-

-La misma historia de siempre, recorte de personal, eso y, en palabras de quien era mi jefe- Hizo un gesto de comillas con las manos mientras sujetaba el volante -"buscaban talentos nuevos, otro enfoque"...o una mierda así-

-Lamento escuchar eso-

-Está bien, es historia antigua, de todas formas, este trabajo no está tan mal. Me da tiempo de pensar, puedo conocer personas nuevas, muchas de ellas interesantes y puedo escribir-

Se detuvo una vez más en un semáforo en rojo y se estiró para sacar de la guantera una libreta con cubierta de piel. -Aún no está terminado- dijo mientras la hojeaba -Son un poco de todo, un par de historias que se me han ocurrido a mí y algunas otras basadas a partir de lo que otros usuarios me han contado, realmente creo que podría funcionar-

Regresó la libreta a donde estaba y volvió a poner el auto en marcha.

El hombre a su lado arrojó la colilla del cigarro y nuevamente le ofreció uno cuando sacó la cajetilla. “Qué diablos” dijo esta vez antes de aceptar uno y ambos lo encendieron al mismo tiempo, cada quien con su propio encendedor.

-¿Quieres escuchar una historia? tal vez sea lo suficientemente buena para entrar ahí- Señaló hacia la guantera.

-¿Por qué no? si es buena, incluso te haré una mención en el libro- Bromeó.

-Suena justo- Le dio una larga calada al cigarrillo e hizo una pausa antes de expulsar una gran nube de humo por la boca y fosas nasales.

“Es una historia que me contaron hace mucho, ya ni siquiera recuerdo quién lo hizo o porque razón. Al igual que muchas otras historias, sucede hace muchos, muchos años. Cuando aún no existían las grandes invenciones, ni lo que llamamos tecnología. Cuando aún no se sabía que la tierra era redonda y las guerras se peleaban frente a frente con espadas y escudos.

En un pueblo, lejos de los grandes reinos, castillos y caballeros había una granja y en ella dos hermanos, gemelos, los últimos de una gran familia, una familia pobre. A duras penas tenían para comer y vestir, pero aquello no les importaba a los hermanos, ellos jugaban todo el día, soñaban con ser prominentes caballeros y tener el favor de la realeza.

Pero, un día, la realidad los alcanzó, la guerra llegó a su pueblo y como es propio de la misma, consumió todo a su paso. Jugaban fuera cuando su madre se les acercó a toda prisa y les ordenó que corrieran al bosque tan rápido y tan lejos como pudieran. Ellos al ver la urgencia en el rostro de su madre, obedecieron sin cuestionar. Justo antes de irse a lo lejos escucharon gritos, estruendos y sonidos de caballos.

No estuvieron ahí para ver a sus padres perecer o para ver la granja envuelta en llamas, ni como algunos de sus hermanos y hermanas eran asesinados mientras otros eran capturados como botín de guerra. No, ellos se adentraron en el bosque y corrieron tan lejos y por tanto tiempo que sentían que los pies se les caerían. Corrieron más allá del punto donde los dejaban ir solos, más allá  de los lugares a los que solían ir de caza con su papa y sus hermanos mayores, más allá de lo que conocían y donde el bosque parecía ser otro mundo.

Sobrevivieron cazando animales pequeños y con frutos que encontraban a su paso. Durante días se adentraron más y más en lo que parecía ser un bosque sin fin. Fue hasta después de una semana, lo que para ellos se sintió como una eternidad, que encontraron una cabaña en lo profundo del bosque, de ella provenía un olor familiar para ambos, era el mismo que había cuando su madre preparaba su estofado favorito.

De pronto, de la cabaña salió una anciana, con ropa que ellos no habían visto antes y hablando en un idioma que no lograban entender. Se escondieron detrás de unas rocas y empezaron a planear cómo hacerse de la comida “Tal vez si esperamos a que se duerma” dijo uno de ellos, “No, mejor uno la distrae y el otro toma todo lo que pueda de dentro de la casa” replicó el otro, “O tal vez si esperamos a que se duerma”.

Se encontraban tan inmersos en sus planes que no vieron el momento en el que regresó a su casa y para cuando se decidieron a hacer algo no lograron encontrarla por ningún lado, en vez de eso, dos platos servidos hasta el tope de estofado se encontraban cerca de la puerta. No lo pensaron ni un momento, se abalanzaron por los platos y comieron como no lo habían hecho en días.

“Están muy lejos de casa” la anciana se encontraba de pie en el umbral de la casa viéndolos devorar el estofado, “No deberían deambular en esta parte del bosque, no solos”. Les permitió entrar a la casa y les dio ropa limpia además de un lugar donde pasar la noche.

Cuando la cuestionaron sobre su nombre, ella les dijo que no tenía uno y al preguntar cuanto llevaba viviendo en el bosque, contestó que siempre había estado allí. Ellos por el otro lado, le contaron todo sobre su familia, la granja y sus hermanos. Al igual que lo que les había sucedido, la orden que les había dado su madre y el ruido de caballos y gritos a lo lejos. Ella simplemente les dijo que ya no había un lugar al cual volver y que podían quedarse ahí el tiempo que necesitaran.

Los días se hicieron semanas, estas meses y estos a su vez años, y los hermanos permanecieron junto a la anciana, aprendieron sus extraños rituales y les enseñó a sobrevivir en el bosque, a cazar e incluso a leer y escribir.

No fue, sino hasta después de varios años que la anciana un día se les acercó mientras ellos cortaban leña y les preguntó qué era lo que más ansiaban en la vida. Les daría tiempo para pensarlo, podría ser una sola cosa, lo que fuera, grande o pequeño, ella se los concedería como pago por haberle hecho compañía durante todos esos años.

Los hermanos lo platicaron por días, riquezas, poder, sabiduría, tierras. Eran tantas cosas las que pasaron por sus mentes y planearon, hasta que al fin llegaron a un acuerdo. Pedirían la única cosa que les podría dar todo lo que añoraban, o por lo menos casi todo.

“Tiempo”.

Ambos lo dijeron a la vez e intentando sonar de la forma más segura posible. La anciana soltó una carcajada “Vaya que tardaron en decidir...tiempo será”. Dio media vuelta y, después de rebuscar entre sus cosas, sacó una caja, era una especie de cofre pequeño, la madera se veía vieja y ennegrecida por el tiempo, y sobre la tapa tenía grabados antiguos. Dijo unas palabras en un idioma que ellos aún no entendían por completo y abrió el cofre sin enseñarles el contenido.

“Solo recuerden” Les dijo “Existen reglas que deben ser cumplidas, después de todo, este tipo de cosas suelen ser caprichosas si las cosas no son hechas a su manera”.

Giró la el cofre y dentro de él habían 2 dagas. Las empuñaduras tenían grabados similares a los de la tapa y las hojas de ambas estaban curvadas.

“Solo uno a la vez” les dijo “Ambos deben recordar y únicamente ustedes dos pueden hacer uso de las dagas, sin terceros. Y muy importante, es la daga la que debe de terminar con la vida de uno de ustedes, si algo más sucede, como un accidente, el otro tendrá un destino similar y ambos volverán a empezar, ambos tienen las mismas oportunidades…”

-50/50 -  Ozias dijo la frase como un acto reflejo y por un momento dirigió su mirada al espejo retrovisor, pero ya no era su propio rostro el que veía en él. Veía al joven que aceptó junto con su hermano aquel trato y que años más tarde salió victorioso en aquella primera ocasión. Vio diferentes rostros y recordó vidas que le parecían ajenas pero al mismo tiempo tan familiares a la suya.

Se vio a sí mismo como caballero, como duque y como herrero. Como militar y pirata, recordó ser llevado como esclavo al nuevo continente y el viejo oeste. Y las guerras, por tierras, por su rey, cualquiera que fuera el que estaba en turno, por libertad y por conflictos que no lograba entender por completo. Recordó la gran guerra que terminaría con todas las guerras y la que le precedió a esta.

Recordó ser un hombre importante de negocios y un actor con grandes sueños que no fueron cumplidos. Vidas sin preocupaciones y otras llenas de estrés, amores y desamores incontables, vidas largas y otras no tanto, caos y alegría, vida y muerte. Eran tantas historias, durante tanto tiempo a lo largo de muchas vidas.

-Hermano, yo…- Fue en ese momento que sintió el frío metal atravesar su piel, entre la cuarta y quinta costilla de su lado derecho.

-Ahora estamos a mano- Le dijo Ezequiel mientras retorcía la daga que le acababa de enterrar y este a su vez soltaba un grito desgarrador y perdía el control del automóvil.

Se impactaron contra un poste de luz y el frente del auto quedó despedazado. En cuanto pudo, Ozias abrió la puerta del conductor y cayó al suelo. Ezequiel soltó un gruñido y sacudió la cabeza antes de salir por el lado del copiloto. Con calma rodeó el auto y encontró a su hermano del otro lado, arrastrándose en el piso.

-Es inútil, hermano, esta vida me pertenece.-

-Espera...- dijo entre jadeos mientras intentaba moverse en el suelo -Tengo esposa... y un hijo-

-Lo sé- Ezequiel se inclinó y sacó la segunda daga de su gabardina -Yo también los tenía la última vez, ¿Recuerdas?- Colocó la daga cerca del rostro de su hermano -"Reglas son reglas" dijiste en aquella ocasión sin permitirme decir adiós o hacer algo al respecto, todo por tu maldita avaricia.-

-Yo...no…-

-Descuida, no hay rencores, ambos hemos hecho estupideces durante todos estos años. En cuanto a tu familia, veré que no les haga falta nada, tú hiciste lo mismo en aquella ocasión, después de todo, somos familia.-

Dijo unas palabras en un idioma antiguo y acercó la daga al cuello de su hermano.

-La próxima vez lo resolveremos como es debido, nada de juegos sucios, las dagas estarán en el lugar de siempre- Pasó su mano por la cabeza de su hermano y lo tomó del cabello.

-Te veo en la siguiente vida hermano.-

Al terminar, limpió ambas dagas con un pañuelo rojo carmesí que llevaba consigo y las guardó nuevamente entre su gabardina mientras tarareaba una vieja canción que había aprendido un siglo atrás, y que había recordado en aquel momento. Volvió al auto y tomó el celular junto con la libreta con cubierta de piel que se encontraba en la guantera y se guardó ambos antes de alejarse de aquel lugar.

Encendió otro cigarrillo y no pudo evitar pensar en lo que le deparaba esta vida y en la forma en la que  esta vez usaría parte de las riquezas que habían acumulado a lo largo de los años. Caminó hasta ver el amanecer, haciendo planes, evocando recuerdos y esperando con ansias el siguiente encuentro con su hermano.

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