Tiempo

Foto por Vanessa Rosales

Las cosas no iban del todo bien para Charlie.

Tan solo en los dos últimos meses, la empresa para la que había trabajado durante cinco años se había ido a la quiebra después de un par de malas decisiones administrativas, algunas de ellas, a pesar de lo mucho que lo negara, a causa de él.

Por otro lado, el gato que había encontrado una noche lluviosa en una caja de regreso a casa hace unos seis meses, había escapado. No era realmente una persona de gatos, hasta ese momento nunca había tenido uno, pero verlo ahí, pequeño, mojado, indefenso y maullando una y otra vez esperando que alguien lo escuchara, movió algo dentro de él y decidió llevarlo a casa, por lo menos hasta que la lluvia pasara, o eso se había dicho a sí mismo.

Era completamente negro, juguetón y parecía tener lastimado el ojo izquierdo. A pesar de que le bastaron un par de horas para encariñarse con él, le tomó un tiempo ponerle nombre, en parte porque se negaba a aceptar que ahora tenía un gato. No fue hasta después de un par de semanas que su abuelo lo nombró Odín, debido a que perdió aquel ojo lastimado, que tuvo como llamarlo.

Una noche había salido por un momento y Odín fue tras él, como de vez en cuando solía hacerlo, sin embargo está vez no regresó. Lo buscó por días pero no tuvo suerte encontrándolo, hasta que una mañana simplemente encontró una nota en el parabrisas de su auto.

“Lamento mucho lo de tu gato, fue un accidente, lo juro”

No tenía fecha o firma ni mucho menos una explicación más detallada de lo que había sucedido. Pensó que muy probablemente lo habían atropellado, eso o que de alguna forma lo habían utilizado para algún ritual y ahora Odín era uno con el universo o tal vez el nuevo protector del inframundo o algo por el estilo, después de todo, era un gran gato.

Como si aquellos eventos no fueran suficiente, el mes pasado, justo cuando se encontraba decidiendo si comería una sopa instantánea o un sándwich mientras leía diversas páginas en busca de empleo, recibió una llamada.

De acuerdo a lo que le había dicho la persona al otro lado de la línea su abuelo había tenido un ataque cardíaco y se encontraba delicado. Pasó los siguientes días junto a él en el hospital, después de todo era la única familia directa que le quedaba. Su abuela había fallecido unos años atrás a causa de un tumor y sus padres mucho antes, cuando él tenía apenas 5 años, en un accidente automovilístico.

Había sido un padre para él y también su mejor amigo. Le había enseñado a atarse los cordones y cómo rasurarse, a andar en bicicleta y a manejar automóvil, a leer correctamente y a decidir la carrera que quería estudiar. Y un viernes por la mañana al volver de una entrevista de trabajo, a la que había ido a regañadientes, una de las enfermeras lo detuvo en la recepción, hizo una llamada y después de un par de minutos un doctor apareció únicamente para confirmarle lo que él ya sospechaba.

Volvió a casa con un extraño sentimiento, había conseguido el trabajo pero de pronto aquello no parecía ser tan importante. Pasaron los días y se percató de que aún esperaba aquella llamada casual para preguntarle cómo iba todo, junto con alguna anécdota de una época que él únicamente conocía por descripciones o una historia familiar la cual probablemente ya conocía.

Pero aquella llamada no llegaría, y a pesar de ello, sabía exactamente lo que su abuelo le diría al respecto. Sería lo mismo que le había dicho en tantas ocasiones pasadas, como la primera vez que le habían roto el corazón, la ocasión en la que no había conseguido el trabajo que tanto quería, la vez que su primer perro había muerto o aquella vez cuando su mejor amigo de la infancia se había mudado a otra ciudad.

“Respira y saca ese sentimiento de dentro de ti, golpea algo, grita, corre o simplemente llora. Pero solo por un momento, solo lo necesario, y después de eso, respira una vez más, levántate, sacúdete y sigue con lo que sea que la vida te ponga enfrente.”

Teniendo aquellas palabras en mente, cuando sus amigos le sugirieron un viaje para distraerse, tomar un segundo aire y salir de lo que se había convertido en su rutina, no dudó en decir que sí, y sin darle muchas vueltas había comprado un boleto de avión para el lugar al que siempre había querido ir.

Pasó los primeros días como un turista cualquiera, visitó museos, parques, lugares históricos e inclusive el acuario. Sin embargo para el cuarto día decidió simplemente salir a caminar sin un plan o un horario detallado.

Unos cuantos pasos se habían convertido en varias cuadras y en algún punto había dejado de intentar memorizar el camino de vuelta, así, antes de darse cuenta, no tenía idea de en dónde se encontraba.

No llevaba un mapa con sigo y como era costumbre, tampoco tenía carga en su teléfono móvil, sin embargo, aquello no lo desanimó. Decidió intentar volver por el camino que había recorrido, pensó que seguramente encontraría algo que activaría su memoria y encontraría el camino correcto. Y aun si aquello fallaba, simplemente caminaría en línea recta hasta ver algo conocido, eso siempre le ayudaba, claro que nunca lo había intentado en una ciudad completamente desconocida y posiblemente el resultado no sería el de siempre.

Caminó durante casi una hora pensando de forma positiva “tal vez en la siguiente esquina” o “tal vez si daba vuelta en aquella casa o en el lugar que parecía ser conocido”. Sin embargo, poco a poco la incertidumbre y las ideas poco racionales se fueron haciendo presentes “Qué tal si no encontraba el camino correcto”, “Qué tal si cada vuelta lo alejaba cada vez más del lugar al que quería llegar”, “Qué tal si algo pasaba en aquel lugar y aquello lo llevaba a caminar en círculos perpetuamente, y de ser así, qué sucedía si no salía nunca de las calles y ahora ahí es donde tendría que vivir.”

Estaba tan envuelto en sus pensamientos que no notó las vueltas que daba al caminar, fue como si sus pies se movieran solos sin lo que parecía ser un rumbo fijo. Para cuando se dio cuenta de lo que sucedía, estaba completamente perdido en algún lugar de aquella ciudad en la que no había estado antes.

Los grandes edificios, museos y lugares antiguos habían quedado atrás y ahora frente a él se encontraban grandes casas, con patios extensos y automóviles del año exhibidos fuera en su mayoría. Decidió avanzar un poco más y justo en una esquina cruzando la calle la vio.

Era quizá la casa más pequeña del lugar, de tipo victoriano, con dos plantas, la fachada color azul, grandes ventanas con marcos blancos y un gran árbol en el pequeño jardín frontal.

Permaneció por unos cuantos minutos de pie admirando aquel lugar y sintiendo, por alguna extraña razón cierta familiaridad cuando la puerta principal se abrió y en el umbral de la puerta un hombre adentrado en edad apareció, parecía de unos sesenta y tantos o tal vez un poco más, con el atuendo que caracteriza a las personas de aquella edad. Llevaba pantuflas, un pantalón color verde aceituna con lo que parecía ser una camisa color blanco y un chaleco tejido, que también era de color verde, además de una corbata de moño color rojo.

Intercambiaron miradas por un momento e inexplicablemente había algo familiar en aquel anciano. Fue después de un par de segundos que el anciano le sonrió y un escalofrío le recorrió la espina dorsal al reconocer por fin en aquella mirada la suya y en aquella sonrisa sus propias facciones.

Abrió los ojos de par en par y antes de poder decir o hacer algo, una mano apareció detrás de aquel señor, llamando su atención y de pronto, apareció una mujer que aparentaba tener una edad similar, vestida de forma elegante. Le arregló el corbatín y acto seguido le sacudió el frente del chaleco antes de darle un beso tiernamente en la mejilla derecha.

Instintivamente comenzó a mover los pies lentamente hacia aquella escena, cuando escuchó una risa junto a algún nombre pronunciado a medias. Fue entonces cuando vio a la pequeña niña aparecer a un costado de la casa corriendo a toda velocidad. Una vez más escuchó una oración a medias, pero esta vez logró identificar una palabra “abuelo”.

La pequeña corrió a los brazos del anciano y éste la levantó para sujetarla en el aire mientras ella lo abrazaba.

Dio un par de pasos más para cruzar la calle mientras mantenía la mirada fija en aquellas personas. Cuando de pronto, aquel anciano dirigió una vez más la mirada hacia él y sonrió mientras le guiñaba el ojo, justo en ese momento el sonido de un claxon llamó su atención.

Se encontraba de pie a media calle y un sedán color rojo hacía sonar el claxon una y otra vez mientras la persona al volante decía cosas en un idioma que él no entendía pero estaba seguro que, lo que fuera que dijera, no era algo bueno.

Retrocedió a donde estaba parado originalmente, y después de que aquel auto pasara y el conductor hiciera un gesto obsceno con la mano, lo cual si entendió, regresó la mirada hacia la casa frente a él, pero ya no había nada más que una vieja casa que parecía no haber estado habitada en muchos años.

Esta vez, sin pensarlo más, cruzó la calle y se quedó de pie frente a la casa, sosteniéndose de la vieja y oxidada reja por un momento, esperando que algo sucediera, algún movimiento o que la puerta se abriera nuevamente, pero nada ocurrió.

Respiró profundamente y vio por una última vez aquella vieja casa, tratando de recordar todos los detalles posibles antes de dar media vuelta y ponerse nuevamente en marcha. Después de todo, aún estaba perdido, pero ahora, sabía que era solo por un momento.

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