Suerte


-Todos reúnanse, es ese día del mes.-

Martha apareció detrás del mostrador de atención a clientes de forma espontánea, como uno de los personajes que salen de las cajas musicales después de haber girado la manivela lo suficiente. Llevaba en sus manos una caja de cartón de tamaño considerable, tenía una hoja pegada a un costado con las palabras “Objetos Perdidos” escrita con plumón color rojo.

Era ya una tradición rifar los objetos de la caja cada mes y medio, en caso de que nadie se presentara a reclamarlos. El contenido usualmente era muy variado, cosas como ligas para el cabello, fundas para celular, pulseras, relojes, juegos de llaves (de las cuales tomaba los llaveros), pinturas de uñas, dentaduras, lentes, algunos juguetes, etc.

Todas eran cosas que a nadie le interesaba ganar realmente, pero siempre era divertido ver el contenido y quien se llevaba alguno de los “Premios”. Los nombres de todos los empleados del minisúper eran escritos en papeles, introducidos en una pecera, que nunca se había vendido y ahora tenía un nuevo propósito, y elegidos al azar.

Cuando el nombre de Lucas salió, todos rieron al escucharlo, “Suerte de principiante” dijeron unas voces en el fondo. Al pasar al frente no pudo evitar sonreír al recibir una llave con un pequeño llavero que marcaba el número 13.

-Ahora es oficial, eres uno de los nuestros.- Martha le entregó la llave con una cálida sonrisa en el rostro.

Esa era apenas su segunda semana trabajando allí, y a pesar de que tal vez alguien podría decir que no era la gran cosa, un trabajo de medio tiempo después de clases que le dejara algo de dinero le parecía un muy buen trato, y ahora, como resultado de una extraña prestación laboral, era el orgulloso dueño de una llave, y de lo que sea que pudiera abrir con ella.

-Yo reconozco ese tipo de llave.- Dijo Greg al verlo analizar el objeto con gran curiosidad.

-¿Disculpe?- Le respondió al carismático viejecillo que le recordaba a su abuelo.

-Es de la vieja central de autobuses, recuerdo que solía utilizarlos de vez en cuando hace mucho tiempo, quien sabe, tal vez algo bueno te espera del otro lado del cerrojo.-  Le dio un par de palmadas en la espalda antes de empezar a hablar sobre el emocionante juego de bingo que había tenido durante el fin de semana con sus amigos.

Dejó la llave olvidada en uno de los cajones del escritorio en su habitación y no pensó en ella durante semanas. Fue hasta que una tarde, mientras rebuscaba entre papeles se encontró nuevamente con ella, la sostuvo en la palma de la mano y recordó lo que Greg le había dicho en aquella ocasión. Decidió que realmente no tenía que nada perder, la guardó en uno de sus bolsillos y subió su bicicleta.

En la vieja estación de autobuses le tomó un momento encontrar el área de casilleros, se veían viejos y oxidados, algunos cerrados, otros sin puerta y unos más con su respectiva llave colgando. Localizó el que tenía el número 13 escrito con plumón negro sobre una calcomanía amarillenta y procedió a introducir la llave sin mucha convicción.

Para su sorpresa, entró sin problemas y al girarla escuchó como el mecanismo se movía liberando la puerta. Abrió el casillero ansioso por descubrir su contenido y entonces… Exhaló con una mirada de decepción en el rostro.

Sabía que era algo completamente irreal, pero había dejado volar su imaginación, y en el caso de que la llave abriera una de esas puertas, esperaba ver un maletín lleno de dinero o las llaves de un auto último modelo. Sin embargo, en vez de aquello, dentro se había topado con una gorra, un boleto usado de autobús y una lata de refresco vacía.

-Bueno... Es algo, supongo.- Dijo al tomar la gorra y colocarla sobre su cabeza. Agarró el resto del contenido para depositarlo en la basura y al levantar la lata escuchó algo dentro de ella.

La agitó contra una de sus manos y de esta salió una moneda de poco valor, la analizó y vio que era de solo un par de centavos, ni siquiera parecía ser lo suficientemente vieja como para ser una antigüedad, de colección ni mucho menos una rareza. La guardó en una de las bolsas de su pantalón y examinó por última vez el casillero, solo para confirmar que no quedaba nada más dentro, antes de marcharse.

Iba de vuelta a casa, pensando en si aquel viaje había o no valido la pena cuando a medio camino, de la nada, la llanta delantera de su bicicleta se soltó del eje haciendo que perdiera el control y maldijera antes de caer y rodar por el pavimento.

Atribuyó el accidente a un error de fábrica o al diseño de la bicicleta, pero no imaginó que aquel sería tan solo el comienzo de diversos eventos desafortunados, de diferente proporción.

Esa misma tarde, al llegar a su casa y contar la anécdota de lo ocurrido, justo al llegar a la parte del contenido del casillero, se dio cuenta de que ya no tenía consigo la gorra de la cual se había adueñado un par de horas atrás.

-Probablemente la perdí en la caída, tanto esfuerzo para nada.- Dijo algo molesto.

-A eso le llamo suerte.- Su hermana pronunció las palabras entre carcajadas mientras levantaba la moneda que él había colocado momentos antes sobre la mesa. La examinó por un momento y después la lanzó con su pulgar en dirección a él.

-Toma, tal vez te ayude con eso.-

La atrapó en el aire y sonrió al pensar en las  supersticiones causadas por los gatos negros, patas de conejo, tréboles de cuatro hojas, espejos rotos y en un sin fin más de objetos. Él no creía en la utilidad o efecto de ninguna de aquellas cosas, sin embargo, después de todo lo sucedido y las heridas causadas por la caída, decidió conservarla.

Esa semana su despertador falló en dos ocasiones haciéndolo perder el autobús a la escuela. Mientras limpiaba su habitación, de alguna forma que aún no lograba entender, su celular salió volando por la ventana y cayó desde el segundo piso arruinando su pantalla. También olvidó su sombrilla la única tarde en la que el sujeto del pronóstico del clima había acertado a una tormenta y, a pesar de lo irreal que pudiera sonar, después de pasar días investigando, su perro Toby, decidió ayudar y en cuestión de segundos despedazó completamente su reporte. Su profesora soltó una carcajada al escuchar aquella historia “Es increíble que esté realmente intentando utilizar el pretexto más viejo del libro”. Está demás decir que no aprobó esa materia.

Toby fue un regalo que su hermano mayor le había dado antes de mudarse a la ciudad, su madre se había negado rotundamente a tener un perro, sin embargo, cuando el pequeño animal color gris de grandes ojos salió de un brinco de la gran caja con moño rojo no tuvo más opción que aceptar la adición de aquel integrante a la familia.

Habían pasado cuatro años desde aquella ocasión y a pesar de una que otra travesura ocasional, era un muy buen perro, fue precisamente por esa razón que resultó tan extraño cuando un sábado por la mañana había decidido escapar.

Regresaba junto con sus padres de desayunar fuera y al llegar encontraron la cerca abierta de par en par, sin ningún rastro de su mascota. Lucas había sido el último en salir, sin embargo por más que lo intentaba, no lograba recordar haber cerrado tras de sí aquella mañana.

Pasó todo el día intentando localizarlo, pero sus esfuerzos no rindieron frutos. Al volver a casa permaneció sentado fuera, sosteniendo la correa roja con la que lo solía sacar a caminar entre las manos esperando que en algún momento una mancha gris apareciera a lo lejos y corriera a toda velocidad a su encuentro, pero aquello no sucedió. En vez de eso, fue su hermana Cynthia a la que vio a lo lejos.

-Mamá me dijo lo de Toby, supongo que no tuviste suerte encontrándolo.- Soltó un quejido al sentarse junto a él en la acera.

-Solo espero que, donde sea que se encuentre, este bien.-

-Es un perro listo, quizá encontrará su camino de vuelta a casa, tal vez tenía un asunto pendiente con otros perros o debía ayudar a alguien.-

-Tienes una forma muy extraña de dar ánimos, ¿Lo sabias?-

Ella soltó una pequeña risa mientras hacía una seña con la  mano para indicar “Solo un poco”. Se puso de pie y le revolvió el cabello antes de anunciar que empezaría a preparar la cena y se marchó.

Permaneció sentado en silencio por un momento, “Suerte” pensó mientras repetía las palabras de su hermana en la cabeza, metió la mano en su bolsillo y ahí estaba. La moneda tuvo un pequeño reflejo al ser alcanzada por la luz.

-No puede ser.- Dijo mientras entrecerraba los ojos y la veía de forma sospechosa.

Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no escuchó el grito de advertencia a lo lejos sobre el balón que se dirigía hacia él, o más específicamente a su rostro.

El golpe lo hizo soltar la moneda y quedar acostado sobre la acera. Mientras tanto un niño de 8 años corría a toda velocidad desde la casa cruzando la calle a buscar su pelota, y de paso a ver si se había metido en algún problema.

-Oye, ¿Estás bien? Te dije que te quitaras.-

Lucas se sentó nuevamente y sacudió la cabeza.

-Sí, todo bien.-

-De acuerdo, entonces tomaré mi balón y tendré más cuidado, ¿o.k.?-

Él simplemente afirmó con la cabeza, pero realmente no estaba escuchando, en vez de eso veía la moneda que se encontraba ahora tirada sobre la calle, ¿Cómo podría aquello está conectado? ¿De dónde rayos venía la moneda? y más importante ¿Debía de levantarla nuevamente? o mejor aún ¿Debería dársela al niño que se encontraba frente a él? tal vez eso haría algo respecto al balón que tenía entre las manos. Después de pensarlo por un buen rato, la tomó nuevamente y la regresó a su bolsillo.

Al día siguiente, en cuanto despertó, se dirigió  nuevamente a la vieja estación de autobuses, para su sorpresa el casillero con el número 13 aún estaba desocupado, pensó que aquel número le debió ser una especie de advertencia la primera vez que estuvo allí. Colocó el centavo dentro y sin pensarlo una segunda vez giró la llave para cerrarlo.

Mientras salía de la estación arrojó la llave en un basurero y se fue caminando sin ver hacia atrás. Aún no estaba seguro de creer en la suerte, pero por lo menos, por esta vez pensó que era mejor no arriesgarse.

Para su sorpresa, un par de días después recibió una llamada, al parecer alguien encontró uno de los carteles que estuvo repartiendo y después de ver la foto y leer la descripción, había reconocido al perro que una mañana había aparecido fuera de su casa.

Unos meses después, la terminal cerró temporalmente debido a una gran remodelación. Todo lo que había dentro fue retirado y en su gran mayoría destruido o vendido como chatarra, incluyendo los casilleros, no sin antes revisar que estuvieran vacíos.

Un trabajador, encontró  una moneda dentro de uno de ellos, no era de gran valor, sin embargo, era justo lo que necesitaba para sacar una lata de refresco de la máquina expendedora.

-Vaya, ¡Qué suerte!- Dijo mientras introducía diversas monedas y seleccionaba el código del producto que quería comprar.

Pero, justo antes de marcar el último número, la máquina se apagó de la nada sin permitirle finalizar el pedido y quedándose con su dinero.

Comentarios

  1. Creer o no creer? A lo mejor sería bueno tener un poco de superticion? Quién sabe, muy bueno y entretenido el cuento

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