Oleaje

Foto por Ivan Bandura

Era cerca de la una de la mañana cuando cruzó la puerta corrediza de cristal, al cerrarla, la música, risas y voces de la fiesta se apagaron levemente y las olas del mar se escucharon más claramente a lo lejos. Permaneció por un momento viendo hacia la negrura del horizonte, y como la luna llena iluminaba el cielo y parte de la playa.

Respiró profundamente, y unas risas llamaron su atención. A su izquierda, en otra parte del balcón se encontraba una pareja que parecía haber decidido alejarse de la fiesta para estar más a solas, sonrió y decidió que no sería “el tipo que les arruinara la diversión” antes de darle un último trago a su bebida, dejó el vaso en una mesa y bajo por las escaleras hacia la playa.

Los sonidos de la fiesta aún se escuchaban a lo lejos, pero eran poco a poco superados por el ritmo de las olas del mar golpeando contra la costa, al llegar al último escalón decidió quitarse los zapatos y sentir la arena entre los dedos de los pies. Caminó por un momento por la playa antes de acercarse un poco más hacia la orilla y, sin dejar que el agua lo tocara, respiró profundamente y cerró los ojos por un momento.

Aquella fiesta era la boda de su mejor amigo. Lo conocía desde los doce, iban a la misma escuela y eran muy diferentes uno del otro, Alex era popular y bueno en los deportes, mientras él prefería leer y soñar despierto.

Fue gracias a un proyecto en equipo que sus caminos se cruzaron, a ninguno de los dos le agrado la idea de trabajar juntos al inicio, pero al cabo de unas horas, se dieron cuenta de que trabajar juntos era demasiado fácil. De alguna forma se complementaban mutuamente y sus gustos eran más similares de lo que creían, desde programas de TV, videojuegos y el maestro que les desagradaba hasta la chica que les gustaba en la escuela.

Fueron inseparables en el colegio y cuando terminó, a pesar de la distancia que usualmente se crea debido a las metas y la vida en sí, siguieron en contacto. Llamadas, mensajes, salidas a bares, viajes y fiestas, veían uno en el otro al hermano que nunca tuvieron, listo para apoyar y aconsejar al otro sobre temas en los que creía saber más, para descubrir al final que realmente ninguno tenía idea de lo que estaba haciendo.

Ahora, después de 6 años, Alex y Regina habían decidido casarse y le habían pedido ser el padrino de bodas. La ceremonia había sido increíble y la fiesta espectacular, no podía ser más feliz por ambos. Había hecho el brindis hace un par de horas y todas las veces que lo había practicado frente al espejo terminaron rindiendo frutos, había bailado, brindado, bebido y reído durante toda la noche, y la felicidad que podía ver en sus amigos era una que no recordaba haber visto en muchos años, ni experimentado en un largo tiempo.

Aquel pensamiento hizo que se detuviera por un instante, no era que sintiera envidia hacia Alex, simplemente las cosas no iban como las había planeado últimamente. En el trabajo el departamento en la que trabajaba estaba en la cuerda floja, la enfermedad de su madre parecía haberse agravado los últimos meses y el insomnio había vuelto desde hacía ya varias semanas, no recordaba la última vez que había logrado dormir plenamente.

Se dio cuenta de que sus pensamientos se habían tornado sobre sí mismo y aquello lo hizo sentir un tanto egoísta, fue en aquel momento cuando prefirió salir a tomar un poco de aire. Ahora respiraba profundamente mientras dejaba que el sonido de las olas se llevaran sus pensamientos a algún otro lugar, o a otro tiempo.

-Parece que alguien está teniendo una noche pesada...-

Las palabras lo tomaron por sorpresa haciendo que se sobresaltara, rápidamente volteó y ahí estaba, sentada en una de esas sillas alargadas que usualmente tienen los hoteles. No estaba ni recostada ni sentada, sino, algo justo entre ambas cosas. Ella sonrió al verlo algo asustado, confundido y boquiabierto, y se puso de pie para acercarse a él.

-¿Necesitas un momento a solas? Me puedo marchar.-

-¡No!-

Dijo aquello de golpe, arrepintiéndose al instante por sonar desesperado, antes de continuar.

-Quiero decir, no es necesario, yo solo necesitaba un momento lejos de la fiesta.-

-Si, te entiendo, puede sentirse algo abrumador, ¿No?-

Hizo un gesto para afirmar y ambos rieron.

-Soy Eduardo, el padrino de bodas.- Le extendió la mano.

-Agláope, invitada común y corriente.- Dijo aquello mientras le devolvía el saludo y él sentía la suavidad de su mano.

-Agláope...es lindo...-

-¿Eso es otra forma de decir raro?-

-No, bueno...no suena de por aquí.-

-Es griego, la familia de mi madre era de ahí, es su forma de mantener vivas sus costumbres supongo, y de paso hacer que tenga que deletrear mi nombre cada vez que alguien intenta escribirlo.-

Dirigió su mirada hacia la luna llena en el horizonte, mientras él la veía disimulando a medias, había algo en ella que lo tenía completamente cautivado. Llevaba un vestido color turquesa, el cabello negro largo, ondulado y suelto, y un par de ojos verdes que parecían brillar con el reflejo de la luz de la luna.

-Tengo una idea.- Sus palabras rompieron el breve silencio, dirigió la mirada hacía y él, y lo tomo del brazo.

-Deja tus zapatos, vamos me gustaría sentir el agua.-

Bajó la mirada por un momento y notó que su largo vestido le cubría más allá de los pies y lo arrastraba por la arena, lo cual no parecía importarle. Lo dudó por una fracción de segundo antes de aceptar. Fueron a la orilla donde las olas hacen esa pequeña danza antes de volver al mar. Se remangó el pantalón a medias mientras ella daba unos pasos hacia el agua dejando que su vestido se mojara sin darle mucha importancia.

-Mi abuela solía decir que los momentos en los que encontraba más calma eran justo así, con la brisa en el rostro y el sonido de las olas, mientras dejaba que el mar la hundiera.-

-¿La hundiera?-

-Sí, justo así, te quedas fijo, y cuando llega el agua se lleva algo de arena y poco a poco te va cubriendo, “te hundes”.-

Sonrió ante la ternura de aquella idea, y permaneció en silencio viéndola, esta vez ya no disimulaba. Ella había hecho una pausa y había cerrado los ojos mientras la suave brisa hacía que su cabello se revolviera ligeramente y una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Apenas la acababa de conocer, y no sabía si era por el alcohol, la situación o si por fin había estado en el lugar y el momento correcto, pero se sentía entusiasmado por haberla conocido, tendría que preguntarle más tarde a Alex si de esa forma se había sentido la primera vez que vio a Regina.

-Y, ¿Cómo se conocen?-

-¿Disculpa?-

Ella hizo un ademán con la cabeza hacia la fiesta a lo lejos.

-Oh, es una larga historia.-

Lo vio a los ojos y sonrió de una forma entre amigable y coqueta.

-Creo que tenemos algo de tiempo.-

Bajó la mirada y, sin poder ver realmente sus pies, sintió como el agua poco a poco los cubría con arena. Sonrió antes de voltear a verla y le advirtió que sería una historia aburrida, pero trataría de hacerla lo más entretenida posible, antes de empezar a contarle sobre su adolescencia y de cómo conoció a Alex, sobre cómo se habían vuelto amigos y como siempre estaban en las buenas y en las malas.

Habló más de lo que tenía pensado, ella hacía que se sintiera confiado, lo había escuchado atentamente todo el tiempo e incluso se había reído de sus chistes tontos. No notó cuando fue que el agua le cubrió hasta las pantorrillas.

-Creo que deberíamos volver.-

-¡No!-

Esta vez fue ella la que hablo de pronto mientras lo agarraba del brazo para evitar que se fuera, fue solo por un segundo, antes de sobresaltarse ligeramente y soltarlo.

-Quiero decir, no creo que hagamos mucha falta, además… la arena aún no cubre nuestros pies.-

Sonrió por un momento al escucharla, lo cierto era que él tampoco se quería ir. Sabía que era completamente ilógico, ya que era la primera vez que la veía, pero estar con ella lo hacía sentir de una forma en la que no recordaba haberse sentido antes, o por lo menos no en mucho tiempo. Era como estar intoxicado, pero de una forma diferente a como lo hacía sentir el alcohol o cualquier droga que hubiese probado antes. Se sentía seguro de sí mismo, confiado al hablar y pleno en todo sentido. Se sentía feliz.

Lo tomó de la mano y lo sacó por un momento del trance en el que estaba, le sonrió mientras lo veía a los ojos. Él se sonrojó y, mientras veía sus dientes blancos como perlas, se le salió una pequeña risa boba.

-Cuéntame más sobre ti.-

-¿De mí? Si la plática anterior no te aburrió, está seguro hará que quieras volver a la fiesta en un abrir y cerrar de ojos.-

Ella soltó una pequeña carcajada y colocó su mano entre las suyas antes de continuar.

-Esto ha sido lo mejor de mi noche, ¿sabes?-

-¿Crees que aun pueda mejorar más?-

-Tal vez.-

Se lanzaron una mirada coqueta antes de que él respirara profundamente y exhalara despacio para continuar contándole sobre la última noche que recordaba estar en el mar durante la luna llena. Había ido a pescar con su padre, una de las últimas actividades que habían tenido antes de que falleciera, no había pescado nada, pero aquel fue un viaje que nunca olvidaría. Ella le preguntó más sobre su padre y le contó sobre su familia y su niñez, mientras ella lo escuchaba atentamente y lo veía casi sin parpadear.

Algo dentro de sí le decía que había algo raro, él usualmente no era el que lideraba la plática, mucho menos solía hablar sobre su vida de aquella forma con nadie, pero con solo verla sentía ganas de contarle absolutamente todo, desde sus más grandes logros a sus peores miedos. Desde su infancia hasta los detalles más íntimos de su vida pasando por su información bancaria y la dolorosa ruptura amorosa que había tenía hace años, se sentía hipnotizado.

No se dio cuenta de cuánto tiempo pasó, ambos reían, platicaban y bromeaban como si se conocieran de toda la vida. No notó cuando el agua le cubrió hasta las rodillas, mucho menos cuando le llegó a la cintura y poco a poco le subía por el cuerpo.

Tampoco notó en qué momento dejaron atrás la playa, ni sintió como lo jalaba gradualmente mar adentro, estaba cautivado por su mirada y su sonrisa, por el reflejo de la luna en sus ojos y el sonido que formaba su risa mezclada con las olas del mar.

Lentamente su cuerpo quedó casi cubierto por completo, y justo cuando el agua le llegaba al pecho, ella se le acercó para besarlo. Sintió frío en el cuerpo y notó que sus pies ya no tocaban el fondo, pero no importaba, solo importaba ella.

El tierno beso duró un instante antes de que sintiera como sus dientes afilados se le clavaban en las mejillas, le apretaran la cara y el poco aire dentro de sus pulmones fuera succionado mientras un sabor a sangre le inundaba la boca.

Soltó un grito, o por lo menos creyó hacerlo, justo antes de que ella lo jalara consigo hacia abajo. Levantó las manos como si aquello le ayudara a alcanzar la superficie mientras sentía como la oscuridad lo envolvía y la luz de la luna se volvía un punto minúsculo en la distancia.

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